martes, 20 de abril de 2010

Donde hay dos o tres reunidos en mi nombre, ahí estoy en medio de ellos.

Las palabras bíblicas (Mt 18:20) que encabezan esta reflexión me han hecho pensar en qué hace que una iglesia sea verdadera iglesia. ¿Es necesaria la sucesión apostólica para que una iglesia sea verdadera? ¿Es necesaria la estructura jerárquica para que una iglesia sea verdadera? ¿Es necesaria la estructura sacramental para que una iglesia sea verdadera?
Si nos atenemos al significado base de la palabra iglesia como congregación, reunión de convocados, diría que hay verdadera iglesia donde quiera que los seres humanos se una solidariamente para aceptar a Jesús como principio  y fundamento de su vida. Esto es para reconocerse mutuamente como hermanos y hermanas y para ser humanos tan humanos como Jesús, a quien con razón pueden llamar el lleno de Dios (Mesías en lenguaje bíblico) y cabecilla de la de la comunidad. Esa es la base, lo demás tiene su importancia, sin duda, dentro de determinados horizontes culturales, pero sigue siendo lo demás.
He visto en el documento Constitución y Fe, del Consejo Mundial de Iglesias, en la parte correspondiente, a la Iglesia, la gran amplitud para acoger la diversidad de las iglesias, diversas igualmente en sus tradiciones, modalidades de gobierno, etc. y me he preguntado ¿por qué razón la iglesia católica romana no ha entrado a formar parte. ¿Será que nos creemos más iglesia, más legítimos, más verdaderos?
Creo que los cristianos, ese mi parecer muy íntimo y muy firme, nos hemos apartado de la fuerza sin par de la encarnación, de la humanización de Dios, que caracteriza nuestro origen. Los cristianos somos mundanos: por principio, no debería existir entre nosotros ni seres humanos con investidura sagrada diferente a la de la propia dignidad humana ni tiempos sagrados ni espacios sagrados. Antes que entrar a formar parte de una humanidad "sagrada", y menos todavía, de una religión (como sistema organizados de creencias, ritos y mediaciones "sagradas" de encuentro con la divinidad), ser iglesia debería implicar para nosotros la convocación a vivir radicalmente nuestra solidaridad con la humanidad.
Una mirada perspicaz puede encontrar un grave problema en el planteamiento anterior. ¿Qué es ser ser-humano? En la tradición filosófica de matriz greco-latina se ha defendido la existencia de una naturaleza humana, en nombre de esa naturaleza se han postulado sistemas políticos, principios morales y éticos e incluso el sistema religioso cristiano. ¿Qué pasaría si comprendemos que no es posible encontrar al ser-humano natural? ¿Qué consecuencias trae para la constitución de la iglesia como comunidad de seres-humanos reunidos en la persona de Jesús? ¿Qué significa entonces decir que Dios se ha humanizado?
¿Que pasaría si, en  lugar de pensar que Jesús nos revela la naturaleza humana realizada, pensamos que en Jesús encontramos una existencia humana plenamente vivida? En cuyo caso múltiples modalidades de lo humano tienen cabida en la congregación de los que se congregan en nombre de Jesús y descubrimos que lo típico, lo normativo de la vida de Jesús fue su forma de vivir: en la libertad y en amor.
Es posible entonces que haya diversidad de iglesias, según la diversidad de existencias humanas, socio-culturalmente constituidas. Es posible que haya diversidad de estructuras de gobierno, es posible la diversidad de normas y tradiciones. Es posible que el fundamento de todo ello no sea la historización de una esencial, una naturaleza, extramundana, sino la realización del designio, del plan, del misterio, del proyecto de Dios, que se hace visible en la medida que seres huamanos concretos, existentes concretos, se ponen de acuerdo, en la trama de las múltiples interrelaciones humanas, acerca de lo que deben hacer y el modo de hacerlo.
Creo firmemente que donde hay dos o tres reunidos en nombre de Jesús ahí está él en medio; pero no porque se coló la divinidad en la mundanidad, sino porque la mundana existencia del ser humano, vivida radicalmente como la mundana existencia de Jesús, hace visible el proyecto de Dios, o el proyecto de humanidad: que todos tengan vida y la tengan en abundancia.

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