Lo que digo a continuación no es algo que yo haya llegado a descubrir o a comprender, es algo que me dijeron, pero yo lo hago mío y lo cuento a mi manera.
Los cristianos en general vivimos con la obsesión de la perfección, del ser intachables, y eso nos vuelves “esquizoides”. El menor rastro de imperfección nos perturba la vida y hacemos de todo para aparecer pulcros e intachables.
Jesús contradice esa manera de vivir y percibir la propia existencia. El momento más sublime de su vida puede ser el momento de su mayor cagada. (Perdón por lo de cagada, se podría decir embarrada, pero la verdad que esa es la forma colombiana más coloquial para decir lo que quiero decir).
En la cruz Jesús dice “Dios mío, Dios mío ¿por qué me has abandonado?”. Pensándolo bien es una frase terrible. Él que se esforzó a lo largo de su vida por introducir una relación personal, de hijo, con relación a Dios, en este momento de amargura, de dolor, opta por llamarlo “Dios”, no lo llama Papá. Lo pone en su lugar, usted es Dios y yo soy criatura, usted está en el misterio y yo en este mundo incomprensible. Además le dice que lo ha abandonado. Jesús aparece como un ser humano más sin Dios y sin esperanza. En cierto sentido se hace un ateo. Es un ser humano sin Dios.
Seguramente, cuando vemos un ser humano que sufre por la enfermedad, el abandono, la traición, el absurdo, por lo que sea, un ser humano que dice no ver a Dios y no hallar en esta vida ningún sentido, piadosamente le decimos “no digas eso”, “no hables así de Dios que te ama tanto”, “no seas blasfemo”, etc. Pero, si el mismo Jesús se equivocó, no vio sino oscuridad, vivió el abandono total, la soledad total, la ausencia de quien consideraba más próximo y seguro, la ausencia de su Papá-Dios.
No me digan que esa no es una gran cagada. El Hijo de Dios, el Enmanuel, el Rabbi, llega al extremo de no reconocer a Dios como Papá, desconfía de su amor y hasta piensa que lo ha abandonado.
No creo que alguien la pueda cagar más. ¿Quién eres tú? ¿Quién es el ser humano para pretender ser intachable?
¿Entonces, la frasecita aquella “sean perfectos como su Padre del cielo es perfecto”? Si miramos la Palabra en su conjunto sabremos que la única perfección posible es la del amor, no la de la ausencia de error y equivocación. Ningún ser humano, se salva del error y la equivocación, ni siquiera Jesús. La perfección evangélica consiste en amar radicalmente, y en eso Jesús es el modelo supremo, amó hasta en el desconcierto, la confusión; amó escuchando, sirviendo, levantando, transformando, reconociendo, defendiendo y celebrando la dignidad de todo ser humano. Amó secularmente en el encuentro, al compartir el pan, al promover la salud.
No sé cuales sean los errores, vulnerabilidades, equivocaciones, fallas, etc., de tu vida, no creo que sean mayores a las de ser considerado el Hijo de Dios y al mismo ser aquel que lo desconoce como padre y desconfía de su amor. Sin embargo, la cosa no para ahí.
Cagarla, embarrarla, equivocarse, no es el objetivo de la vida, más bien es condición de la vida, el objetivo es trascender. Pero sólo se puede trascender abrazando la propia condición de error. Después de llegar al extremo del desconcierto, de la duda, de la incredulidad, Jesús da un paso adelante: “Padre en tus manos encomiendo mí espíritu”. Es imprescindible amar el ser humano que somos y al mismo tiempo abandonarse, dar el salto supremo de la confianza. Se trata de una sorprendente paradoja de la vida, solo se vence lo que se teme, amando lo que tanto se teme. Esto acogiendo toda nuestra pequeñez, error, vulnerabilidad, por amor a nosotros mismos, para ir más allá de todo ello. Ese más allá es la entrega de lo que somos por causa de nuestra firme convicción de que a pesar de todo vale la pena gastar la vida, darla por amor.
Jesús vive, resucitó. Tú también estás llamado a resucitar, ahora mismo, pero antes hay que morir. Ama lo que temes, no tengas miedo de encontrarte contigo mismo(a) y gastarte.
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