Una vieja teoría atribuida a Orígenes, dice que al final de los tiempos,
Dios salvará a todos los seres humanos. Nadie será condenado. La verdad
no tengo la más mínima idea sobre el final de los tiempos, ni sobre el
Misterio, pero sí sé que siempre me ha resultado muy difícil aceptar que
existen personas auténticamente malvadas. Diferente a aceptar que las
personas nos pueden causar dolor, nos pueden tratar como perros, barrer
el piso con nosotros, etc. y, por lo tanto, debemos hacer lo posible
para que no nos hagan daño.
La verdad yo veo a seres humanos
intentando vivir, en medio de sus circunstancias, con sus recursos, con
lo que les tocó. Lo mismo que hacemos todos. Algunos, vaya yo a saber
con seguridad el motivo, si hereditario, si estructural, si
social-ambiental, etc., tienen tanta necesidad de afirmar su poder que
pisan a los demás. Otros quieren de tal manera ser reconocidos, que
anulan a los otros. Otros temen tanto ser maltratos, que son como perros
asustados y muerden, en serio. Otros desean tanto ser puros y buenos,
que en nombre de la bondad no hacen nada por quien les pide ayuda.
Bueno,
esos mismos seres humanos, te pueden dar pan un día que tienes hambre.
Te pueden dar una brazo. Te pueden escuchar. Por los mismos, numerosos e
indescifrables, motivos por los que te pueden hacer daño. De ahí que
intento no tomar como personal que algún hp me haya hecho. Digo hp,
porque de todas maneras se siente fresquito, pero no me lo tomo a pecho.
Sin embargo, he ido aprendiendo a tomar distancia de quien me puede
golpear, humillar, despreciar, etc. He ido aprendiendo a disculpar, que
no es lo mismo a quedarse en la situación que hace daño o permitir que
te lo sigan haciendo.
Sinceramente no sé quién sea mejor, si los
de la izquierda o los de la derecha, si los del norte o los del sur, si
los rojos o los azules, si los creyentes o los incrédulos, si los doctos
o los ignorantes... sólo sé que son personas intentando vivir, como ya
dije. Pero a mí, a tientas, me toca decidir cuál camino coger, cuál
actitud asumir, en dónde pararme, con el riesgo permanente de
equivocarme. El caso más emblemático de esta situación es el de los
papás y educadores. Constantemente se la juegan, corren riesgos. No
tengo la seguridad de que un grito sea mejor que una palabra de ánimo,
de que poner obstáculos sea mejor que allanar el camino, sin embargo,
debo decidir. Así nos toca a todos.
De ahí, que al final de
cuentas, he decido que todos los seres humanos somos disculpables. Pero,
debo estar atento, porque cualquiera me puede hacer daño. Y estar
atento de mí, porque con conocimiento de causa, sé que muchas veces he
causado dolor, he humillado o me he aprovechado de alguien. Pero, hago
lo que hizo el naufrago, sigo respirando, intentando no equivocar mi
camino.
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