Me habita una angustia, un sin sabor, el mundo que vivimos
no es un mundo para humanos. Veo niños (incluyo a las niñas) corriendo a un bus
escolar, desde la más temprana edad, llevando un armario a cuestas. Veo
jóvenes, adultos, ancianos, corriendo desmesurados. ¿A dónde van? ¿Quién los
persigue? ¿Qué quieren alcanzar? Encontrar un empleo, aprender un idioma,
comprar una casa, tener otro título, y más… El tiempo que se acaba, la
competencia que no perdona, la incompetencia que excluye, y más… podrían ser
algunas respuestas a las preguntas planteadas.
Definitivamente, no es un mundo para humanos, no es un mundo
para quienes hemos sido generados en el encuentro, que necesitamos
ineludiblemente del cuidado para existir, que nos desesperamos si no somos
amados y no podemos amar, que anhelamos la plenitud y el sentido, que gozamos
conversando, que nos recreamos jugando, y más… Pero postergamos todo esto en
ese correr frenético para que no nos alcance el garrote o para alcanzar la
zanahoria, como caballos atados a un carruaje, conducido por un cochero déspota.
Qué triste es este mundo que hemos construido. Estoy cansado
de diagnósticos, estoy cansado de alarmar a los estudiantes que encuentro en mi
trabajo. Pobres, escuchan tantos anuncios de desgracia. Hacen tantas
reflexiones críticas. Busco una salida, quiero propuestas, no más diagnósticos.
Ya sabemos que se acaba la biósfera; ya sabemos que hay inequidad; ya sabemos que
el desarrollo es una falacia; ya sabemos que corremos, pero llegamos al mismo punto.
No me satisface la respuesta de la eficiencia tecnológica. Con
la mierda humana se generará energía, decía el periódico que leí en la mañana.
Haremos un carro ecológico (menos consumidor, más eficiente). Habrá multas para
quien gaste más agua. El nuevo celular tendrá más capacidad de almacenamiento.
Esas son las propuestas de la eficiencia. Pero, seguimos corriendo, el garrote
amenaza y la esperanza de morder la zanahoria nos anima. Esas respuestas
allanan los síntomas, pero la enfermedad continúa.
Insisto, no puedo quedarme callado, debemos suspender
nuestro deseo de controlar, debemos aprender a confiar, debemos aprender a
cuidarnos y a cuidar nuestra Pachamama, nuestra Gaia, nuestra tierra. Nuestro
vivir implica el enfermarse, el envejecer, el morir; no tengamos miedo de esto.
Por querer controlar, por evitar al extremo estos aspectos de nuestra vida,
hemos dejado de mirarnos, de encontrarnos, de compartir, de cuidar, de
convivir.
Hace 2.000 años el maestro Jesús de Nazaret ya decía “Tonto,
de quien será el trigo que acumulaste en los graneros, si se te pedirán cuentas
esta noche” “El Reino es como un árbol que crece, que da fruto, en el que los
pájaros vienen y hacen sus nidos” Creo que se agota el tiempo, no se trata de
hacer reformas. Es hora de escoger o seguimos con el mundo viejo, que se muere;
o nos transformamos, para que llegué el nuevo mundo.
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