domingo, 15 de noviembre de 2015

Sólo nos queda hacer el amor

A lo largo de mi vida y gracias a que he podido vivir y tratar con personas de diferentes países he encontrado que hay muchos seres humanos haciendo el amor. Una señora brasileña cuidando un esposo enfermo, al que habría podido abandonar, pero lo cuido, con mucho dolor por varias décadas. Un papá colombiano, en las montañas del Tolima, cuidando cuatro hijos, que su mujer le dejó cuando se fue del campo a vivir en la ciudad. Numerosas mujeres brasileñas que se convierten en madres de quienes no son sus hijos biológicos, no porque tengan derecho, sino porque, por diversos motivos, han sido convocadas a cuidarlos. También he encontrado personas que buscan institucionalizar sistemas de ayuda y cuidado de otros seres humanos: niños, ancianos, enfermos, abandonados, adictos, etc. Sí, he encontrado muchas personas haciendo el amor, pero casi nadie lo sabe, porque no el amor no es escandaloso.

Con todo, este accionar humano se enfrenta a una dinámica cultural, según lo que he podido investigar, milenaria de la que conocemos sus efectos globalizados. Millones de personas viven en la pobreza, comiendo basura, cuando las provisiones actuales de productos alimenticios y servicios alcanzan para todos. Millones vivimos buscando la manera ganar más, con el temor de perder lo que tenemos, y buscando la felicidad en nuestra capacidad de comprar lo que queramos. En cierto modo, una gran parte de la humanidad vivimos convirtiendo en eterno y trascendente lo que es efímero. Terminamos provocando que, en representación nuestra, corporaciones y países maltraten, humillen, pisoteen otros seres humanos y a la madre tierra para conservar nuestro modo de vivir demente.

Me gustaría que los que están haciendo el amor fuesen más visibles que unas bombas. Los que con su vivir nos dicen que nuestra búsqueda de bienestar y desarrollo es una trampa, porque se invierte el sentido del vivir, primero está el cuidado mutuo. Ningún ser humano puede vivir sin el cuidado del otro. Al parecer hace unos 3 a 2,5 millones de años, una especie homo fue nuestra primera familia ancestral. Grupos en los que sus integrantes se cuidaba, se protegían, en las que “los inútiles”, esto es niños, ancianos, enfermos, inválidos, etc., eran cuidados y considerados importantes por todos. Por todas partes hay personas haciendo en el amor, me atrevo a considerar que gracias a ellos nuestra especié sigue viva; pero estamos a punto de derrotarlos.

Con ocasión de las personas asesinadas en París y el cubrimiento mediático que se le ha dado, muchos han intentado mostrar otros horrores y muchos han querido sembrar la actitud de la venganza o la exigencia de la justicia. Algunos incluso han hecho visibles sus odios locales, con ocasión de tragedias de otros lugares. Quiero que ningún dolor humano me sea indiferente, quiero que ningún dolor o maltrato humano se vista de ideologías (tantos cristianos, tantos musulmanes, tantos de izquierda, tantos de derecha, tantos del norte, tantos del sur, etc.). Los que hacen el amor cuando encuentran una persona maltrecha, malherida, sólo ven a un hermano o hermana, no ven un rótulo, una etiqueta ideológica.


Espero que resurja la especie homo sapiens-amans amans, el ser humano pensante en el amor, que conserva el vivir del cuidado, del amor; que sigue ahí, a veces abrumada por el homo sapiens-amans agressans o arrogans, (el ser humano que piensa con agresividad o con arrogancia). Cuanto nos pesa nuestro pretensión de dominar, de sobresalir, de poseer; al tiempo que, innumerables experiencias nos recuerdan que nuestro vivir es puro don, puro regalo inmerecido. Si seguimos vivos no es porque lo merezcamos, es un regalo, y alguien en algún momento de nuestra vida nos ha amado. Pero nos da tanto miedo ser empáticos, cuidar, proteger, le tenemos miedo a hacer el amor, al camino de nuestra liberación.

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