Me dirigía al salón
B-412, donde debía presentar mi ponencia sobre las necesidades humanas en
estudiantes de un programa de psicología. Al llegar a la puerta, una mujer chaparrita,
vestida de amarillo, con la apariencia de una mujer de 40, me abordó; no recuerdo
exactamente qué me dijo; solo recuerdo que la creía argentina, por su acento. No
se explicar por qué, pero quise sentarme a su lado, en algún momento me quemé
los dedos, con el café que llevaba en las manos. Ella me diría, más adelante,
que la expresión de mi rostro era la de alguien asustado. Llegó a preguntarse
si me había espantado.
Le pedí que me sacara una
foto durante mi presentación. Después de
que los diferentes ponentes presentaron sus temas, en el momento dedicado a la discusión,
una mujer presente en la sala, una morena atractiva, comenzó a hablar de su
experiencia difícil, como educadora. Ante esta situación, la mujer que había conocido
al ingresar a la sala, la encorajo para que continuara hablando, con una actitud,
a mi parecer, algo burlesca y cínica. Le decía algo así como “ándale”, “échale
para afuera, desahógate”, con un tono de voz altisonante y carcajadas que se intercalaban
con sus palabras. Entonces, pensé que esa mujer era realmente extraña, díscola.
Entonces me sentí más unido atraído por ella.
En algún momento, antes
de que se acabara la sesión, le pregunté si quería ir a almorzar conmigo. No sé
de dónde saque esa valentía. Generalmente no soy tan lanzado. Pero, al salir de
la sala, 3 mejicanas y un mejicano, que habían hecho ponencias, habían sido
invitados por ella. En realidad, no pretendía mostrarles la comida colombiana.
Pues, dada mi opción de preferir la comida vegetariana, para disminuir la sobre
explotación de la tierra, decidí llevarlos a un restaurante vegetariano que
queda en el centro. A ella le pareció muy bien. En el restaurante tuve la impresión
de que estaba ante una persona poco convencional, dispuesta a sentarse en el piso,
con poco apetito a la que, aunque era mejicana, no le gustaba el picante.
En la mañana había
pensado, voy al encuentro, hago mi ponencia y me regreso. Pero, no fue así. No
lograba apartarme de ella. De hecho, después de un café, nos apartamos del
grupo de mejicanos. Volvimos solos al congreso. Le pregunté a cuál sala quería
asistir y la acompañé. Me esforcé por quedar sentado cerca de ella. Nos
ubicamos a un costado del salón, junto a las ventanas. Algunos temas me parecían
interesantes y yo intentaba tomar nota. En algún momento me escribió en la
libreta que llevaba “Carlitos, no te duermas”; yo le escribí “Me gustaste de
una, eres loca”; ella, escribió “soy tu espejo” y bueno seguimos comunicándonos
de esa manera. Al final tenía su número telefónico, sabía dónde trabajaba y ya
la había agregado a mis contactos.
Salimos del congreso, como
a las 5 de la tarde. Caminamos hasta una cafetería. Ella se tomó una bebida
fría; yo, una caliente. Le conté que había sido sacerdote. Me dio mucho entusiasmo
escucharla hablar con optimismo de la vida. Caminamos por el centro histórico, fuimos
al Chorro de Quevedo, compramos una cajita de aguardiente azul, ella quería
probarlo, lo íbamos tomando en pequeños sorbos, aunque ninguno de los dos era
amigo del trago. Pasmos por el centro cultural de México; ahí vimos el libro de
un poeta de Chiapas, autor del poema “Los amorosos”, lo busqué inmediatamente
en Google. Hubo una pequeña llovizna y supe que también tiene el nombre de “chipi
chipi”. Disfrute mucho caminando con ella, podíamos cantar, hablar de diversos
temas. Cuando un vendedor ambulante nos trato como pareja, me sentí muy bien. En
algún momento del recorrido llame a mis papás, es un habito que tengo hace
varios años. Me esforcé en que me viera como un hijo interesado por sus papás, de
hecho, es así; pero, quería que lo viera. Finalmente, la deje en su hotel.
De regreso a casa, me pasé
de la estación de Transmilenio. Esto incrementó en media hora el recorrido a
casa. Creo que desde ese momento comencé a escribirle por WhatsApp, algo que
haría todas las noches, incluso durante reuniones de amigos o celebraciones
durante los próximos meses. Me percaté de que llevaba la cajita de aguardiente,
con la mitad de su contenido; tras salir de la estación, vacié su contenido y
la deposité en una caneca. Al llegar a casa, ingresé a internet, busqué su
nombre. Encontré información sobre la universidad en que trabajaba, su
formación académica, también busqué su tesis de doctorado. Las fotos no
mostraban a una mujer particularmente bella. No sé por qué, pero, yo ya estaba
agarrado a ella.
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