viernes, 24 de enero de 2020

Mi transtorno obsesivo compulsivo, un don

Ya he dicho en otro momento que el 27 de noviembre tuve una crisis de ansiedad que me llevò a recurrir al psiquiatra, el cual me dijo que tenía un cuadro depresivo y un transtorno obsesivo compulsivo. Quiero hablar de esta situación como una bendición, como un don del Misterio insondable en el que ocurre nuestro vivir, un don de Papá-Mamá, de la Vida, Dios o el Universo; como quieran llamarlo, igual aunque utilice la mayúscula no son propiamente nombres, ni conceptos. Tomenlos como símbolos del "Soplo" que lo llena a todos, nos llena a todos, lo hace todo, totalmente yo y distinto de mí, al mismo tiempo.

He dicho un don, un regalo. ¿Cómo es esto posible? Para entender este punto, debo explicar cómo creo que se configuro el transtorno. Toda mi vida he sido muy autosuficiente, convencido de mi inteligencia y mis capacidades. Simultáneamente me he sentido poco adecuado, con miedo de ser abandonado; de no hacer parte. Me parece que al final se dio una mezcla de prepotencia y culpa, pues el miedo a ser abandonado se basa en una evaluación de mi mismo como sucio, indigno o pecador. Así, tenemos a un ser humano simpático, inteligente, colaborador sin pasión, desconfiado, capaz de reconocer la validez de todo ser humano, al mismo tiempo que alejado, profundamente deseoso de ser visto y reconocido. Bueno, estás son palabra con las que intento describir mi propio misterio.

El año pasado, 2019, me encontré con una persona, ante la cual reconocí todas mis errores, deshonestidas y acciones dañinas de mi vida. Esta persona me animo a ser perfecto, a tener un comportamiento impecable, creo que quería sacar el diamente en bruto, debajo de un duro carbón, de miedo y culpa. Me pareció espectacular, una bendición, una acción providencial. Comencé a exigirme, a reprimir cualquier conducta o pensamiento que se pudiese considerar impuro, deshonesto, inmoral. De esta manera me unía más a ella, ella se encontraba satisfecha con mi esfuerzo, consideraba que yo era muy valiente, era capaz de enfrentar la maldad y de convertirme en el se humano que ella quería.

Pero, los pensamientos, las situaciones consideradas, para resumir llamemolas inmorales, no disminuian; al contrario se multiplicaban. Parecia que todo lo que me pudiese parecer horroroso, perverso, se hacia presente en mi vida. Entonces redoblaba mi lucha. Con todo, no conseguía doblegar el mal. Gracias a Dios me quebré. Llegué al punto de temer por mi vida y por la vida de otras personas.

Ahora veo todo como un don, un regalo. Por una parte, me llenado de irá, al preguntarme por qué a mí. Como si yo no fuese un ser humano vulnerable. No hay nada malo en ser vulnerable. En nuestra sociedad, en nuestra cultura, se le exige a las personas desde que nacen que sean valientes, berrracos se dice en Colombia. Muchos de los estudiantes que he tenido, así comomo compañeros de trabajo, viven al límite, porque tienen que ser unos berracos, invencibles. Comprender que soy un ser humano, como cualquier otro, no querer ser invencible y abrazar mi fragilidad es un don. Todos somos vulnerables, algo nos quiebra, un cáncer, la muerte de un hijo, etc.

Es un don aceptar la vida, fluir con ella, dejar de controlar. Todavía me asaltan las obsesiones, sobre todo cuando comienzo a preguntarme qué voy a hacer. De qué voy vivir; estoy desempleado. Pero, apenas acepto que no tengo el control, que no tengo nada que controlar, las cosas se calman; apenas abrazo, acojo lo que me sucede, las obsesiones dejan de molestar. No hablo de innactividad, hago lo que está a mi alcance, me ocupo en lo que me ocurre. Pero no pretendo controlar, no pretendo que la vida sea como yo quiero. No fuerzo el universo, como dicen algunas, para mí muy dudosas espiritualidades.

Ha sido un don descubrir que estoy entramado en la dinámica de la vida, como dirían algunos. Otros, dirán en el misterio de Dios. Como sea. No estoy solo, hago parte de la humanidad, de la biosfera, del cosmos. Dios no es un ser en el que se cree. Para mi es el misterio que soy yo, la fuente de la que vengo, en la que estoy, a la que volveré. Así que todo está bien.

Curiosamente, todos estos dones, bendiciones, ya estaban en mí. No es ahora que reconozco que la humildad, el reconocimiento de nuestra pequeñez, nos libera. No es ahora que reconozco que la pretensión de controlar nos quita la alegría de vivir, para disfrutar lo que nos ocurre. Tampoco es ahora que sé que yo soy Dios y que Dios soy yo cuando dejo de ser yo. Pero, lo vivo más, sin la pretensión de alcanzar alguna meta o esta ideal futuro.

Tenemos una vida para vivir, ojalá todos la vivamos en relaciones de cuidado, de acogida, sin la pretensión de controlar lo incontrolable, esto es, nuestro futuro. Para mí esta es la raíz de todos nuestros malestares, tanto sociales como psicológicos.

La paradoja de la felicidad consiste en que no se la alcanza como una meta, sino que llega como una consecuencia. En este momento, ya, puedo ser feliz, aunque algo me duela, si estoy en paz, en armonía, con la vida que me está ocurriendo.

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