Estos días en los que muchas personas se han acercado a mí y me han tendido la mano, con su presencia, con su tiempo, con su dinero; simultáneamente, lo han hecho con sus miedos, con sus dolores, con sus dificultades. También con su alelegría, con su solidaridad, con su afecto, con su plenitud. Esto me ha llevado a pensar en el simil de la atarraya o el chinchorro. Desde un punto de vista se le puede considerar una solidaridad de huecos, espacios vacíos que se entrelazan.
Quienes forman una red solidaria lo hacen, no porque estén llenos; sino porque son capaces de entrar en relación, estrechar los brazos, aunque tengan sus propios huecos.
En Brasil un amigo hizo una convocatoria para ayudar a una familia venezolana. En Bogotá un amigo creo una red de apoyo para el duelo y la ansiedad; otro amigo, está promoviendo los 7 a las 7, asunto que comuniqué hace pocos días, con el fin de concretar alguna ayuda a un niño cercano. Y de otras maneras, diversos conocidos se entrelazan con otros seres humanos u otros seres vivos.
En realidad, asumen un hecho biológico. Estamos entrelazados; aunque el sistema civilizatorio actual se esfuerce en promulgar el egoismo y la competencia. Ningún animal, salvo el ser humano, compite. Es el único que puede llegar a estar interesado en que al otro le vaya mal. Afortunadamente, hay quienes reconocen su enraizamiento vital y humano y se disponen a compartir.
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