Hace un mes publiqué una entrada llamada "El encuentro". Ahora quiero hablar de la magia, lo que vino después. El tiempo que antecedió a la tormenta.
Quedé agarrado a esa mujer. Desde ese día, 6 de mayo, hasta el 28 de noviembre me comuniqué con ella todos los días. Cada día la saludaba quería saber cómo estaba. Yo no sabía por qué, pues solamente había compartido con ella, algo así, como 8 horas de un mismo día. Ella suele decir que no hizo nada; pero, ahora veo que sí lo hizo. ¿Quién escribe en la libreta de alguien que acabas de conocer, "Carlitos, no te duermas" y dibuja una carita feliz? El caso es que me comunicaba con ella todos los días, quería saber cómo estaba, me modifiqué mi habito de acostarme a dormir a las 9 p.m., ahora podía hacerlo incluso pasadas las 11.
Quería volverla a ver. Pero esto solo fue posible casi 15 días después, la vispera de su viaje a Argentina. Ese día nos encontramos en el Jardín Botánico. Ella estaba haciendo un trabajo con docentes de una universidad de Bogotá. Ese día estaba invitada a una actividad pedagógica, organizada por una de las profesoras. A eso de las 11 a.m. nos pudimos encontrar, en la maloka. Estaban unas 3 profesoras y varias estudiantes. Se trato de un encuentro amigable. En la maloka un antropólogo, indigena de una comunidad amazónica, realizó una actividad con los niños, las profesoras y otros asistentes ocasionales. Ella estaba al otro extremo, yo estaba pendiente de sus acciones, me encantaba su actitud amorosa con los niños y niñas. Al finalizar la actividad, sabiendo que ella era linguista, le envíe por Whatsapp las palabras empleadas durante la actividad. Ahora solo recuerdo la palabra ñet´je (gracias).
Nos fuimos para un restaurante santandereano, en bus urbano, como me gusta. Para ella no fue problema, al contrario se veía bastante cómoda entre la gente y yo le hablaba de diversas expresiones populares, propias de la forma de hablar en Colombia. Ella siempre estaba sonriente. En el restaurante comimos cabrito, mute y pipitoria. Siempre evito el mute, pues tiene carne bovina, y considero que al consumirla contribuyo a la deforestación del planeta. La conversación fue amena. Confirme lo que había visto en nuestro primer encuentro, que no le gustaba el ají y que comía poco.
Después caminamos desde el restaurante en dirección a mi casa, cerca al Minuto de Dios. En algún momento pasamos frente a un negocio, algo como una tienda de barrio, no recuerdo bien; sonaba música tropical colombiana. Me preguntó que clase de música era, le di el nombre genérico, no supe con exactitud que ritmo sonaba. Ella se acercó y un minuto después estaba bailando con un señor del establecimiento que se hallaba a la puerta. Un minuto después estaba en mis brazos bailando. "Qué loca" lo mismo que pensé el día que la conocí. Me sentía encantado. Continuamos el camino, quise llevarla a mi casa, el apartamento que compartía con mi hermano y su esposa. Llamé para saber si se encontraba, quería que la conocieran. No me pareció correcto llevarla.
Estuvimos en un cafe, en el Minuto de Dios, uno frecuentado por mí y mis compañeros de la universidad donde trabajaba. Quien atendía es un joven muy simpático. Le mostré donde trabajaba, las casas donde funciona el programa de psicología y donde quedaba el apartamento al que pensaba mudarme en poco tiempo. Tomamos un taxi, nos dirigimos al apartamento de la profesora que la había hospedado ese final de semana. Antes pasamos un rato en el Centro Comercial Ayuelos. Le canté varias canciones populares mexicanas, la a compañé a comprar unos CDs. Quise darle un beso; pero me abstuve, no estaba seguro de querer algo con ella y ya había tomado la decisión de tener ningún
afair, como dicen los franceses con nadie. Hoy estoy o no estoy en una relación.
En algún momento, antes de salir del centro comercial, para dejarla en el edificio al que se dirigía, me preguntó si seguiría en comunicación. Más adelante me diría que ese día me brillaban los ojos. Le dije que sí. Fuimos al edificio, no me quería alejar. En la recepción observé como se alejaba. Pensé que probablemente no la vería más. Me fui para mi casa a continuar con mi vida. Al día siguiente me sentí tentado de acompañarla en una salida al cerro de Monserrate, la profesora donde se hospedaba me llamó para invitarme. ¿A caso ella se lo sugirió? Dije que no, estaba desbordado de trabajo para universidad y me gusta cumplir.
Viajo a Argentina, a la frontera con Brasil y Paraguay; a Iguasú. Yo estaba pendiente de todo lo que le ocurría. Ella me compartía lo que hacía. Yo comencé a sentir celos, tal vez, alguien le podría echar mano. Miraba las fotos que me envíaba y evaluaba se habría algún posible pretendiente. Una noche quedó de hablarme, yo le envié mensajes, pero nada. Al día siguiente me dijo que había salido con un grupo de profes y no tenía wi-fi. Me sentí mal por saber de ella, me preocupe de que le hubiese ocurrido algún accidente o hubiese tenido algún problema. También me preocupé de que estuviese con otra persona.
El día que viajo de regresó a Mexico, tenía escala en Bogotá, tuve ganas de ir al aeropuerto, para poder verla; pero, sabía que era inutil pasar por inmigración suponía perder la conexión. Pero escuchaba los vuelos que despegaban a las 7 am y pensaba que en uno de esos iría ella.
Nos seguimos comunicando cada día. Comenzamos a utilizar Skype, pues al revisar el Whatsapp ella se sentía abrumada por la cantidad de mensajes, de todas partes del mundo, que recibía. Yo me cambié de apartamento, me fui a vivir solo. Entonces tenía toda la disponibilidad de espació para hablar con ella. En algún momento me puso en altavos y escuche a su mamá. De su papá hablaba casi nada. Sentía que compartiamos tantos valores como el reconocimiento de la dignidad delas personas, la valoración de la diversidad humana, vivir con sencillez, servir de alguna manera. Además, cada vez me parecía más atractiva. Le sientan muy bien las fotos de perfil. Ya le decía abiertamente que me gustaba y era correspondido.
Yo le comenté que justo en el momento en que nos conocimos había una
profesora que me gustaba, a la que me estaba acercando, pero que había
decidido no seguir. Ella me dijo que si tenía algo con otra persona,
mejor no me acercara a ella. Le explique que no tenía nada con nadie,
que poco tiempo después de conocerla había decidido no seguir
acercándome a esa persona. El caso es que, justo el final de semana
siguiente a la fecha en que la conocí, en una reunión, esa profesora
comentó ante el grupo que tener relaciones con compañeros de trabajo era
algo que ella no haría. Así que me alejé. Esto fue una semana antes del
día que estuvimos en el jardín botánico.
Nuestras conversaciones diarias continuaron, comenzamos pensar que habiendo tanta gente ahí afuera era providencial que nuestras vidas se hubiesen cruzado. Hasta pocos días antes del evento en el que nos conocimos ella estuvo a punto de viajar a otros lugares que no tenían relación alguna con Bogotá. Yo estuve a punto de no asistir, tuve que costearme la participacón y pensaba ir, hacer la ponencia y regresar a la universidad. Pero, contra mi manera habitual de proceder la invité a almorzar y, como dije en otro momento, me sentí agarrado a ella. En definitiva había llegado la magía. Todo parecía dirigido, guiado por una fuerza que nos superaba a los dos. En algún momento me comentó que había pedido una persona como yo, poco tiempo antes de conocernos, y llegué yo.
En algún momento me comentó que su familia le había preguntado que clase de relación teníamos.Yo estaba seguro de que me gustaba, de que era la persona indicada, teníamos tantos valores comunes, me sentía tan pleno conversando con ella; además, todo parecía orquestado por el cosmos, Dios o el universo. Así que el 20 de junio, algo que jamás había hecho mi vida le dije que quería que fuese mi novia, ella me dijo sí. Literamente saltaba de un lugar a otro de mi apartamente, me sentía feliz, pleno. No cabía en la ropa. Todo lo que estaba ocurriendo no podía ser sino magia.